Editar el contenido
Bernardette-Soubirous-

Santos

Santa Bernardita de Lourdes

La modesta pastorcita a quien Nuestra Señora apareció es el primero y mayor milagro de Lourdes: ella simboliza la íntegra fidelidad.

¡Lourdes!

¿Dónde encontraremos las palabras que alcancen a explicar todo cuanto ese nombre significa para la piedad católica en el mundo entero? ¿Quién podrá traducir en palabras el ambiente de paz que envuelve la gruta sagrada en la cual, hace más de 150 años, vino la Santísima Virgen para estar con la humilde Bernardette e inaugurar, de modo definitivo, un nuevo vínculo con la humanidad sedienta de consuelo y de paz?

Por designio de la Divina Providencia, a ese lugar se asoció una acción intensa de gracia, especialmente capaz de transmitir a los millares de peregrinos, venidos de lejos, la certeza interior de que sus oraciones son benignamente oídas, sus dramas apaciguados, y sus esperanzas fortalecidas. En efecto, a lo largo de este siglo y medio, las ásperas rocas de Massabielle se han convertido en palco de las más espectaculares conversiones y curas, legando a la Santa Iglesia Católica un tesoro espiritual de valor incalculable.

En Lourdes tales curas y conversiones se revisten de una grandiosidad peculiar, delante de la cual nuestra lengua enmudece. Allí está, delante de todos, la sublimidad del milagro. Mientras tanto, no se puede hablar de Lourdes sin recordar con veneración a la protagonista ligada de modo indisociable a esa historia de bendición y misericordias.

La modesta pastorcita a quien Nuestra Señora apareció es el primero y mayor milagro de Lourdes: ella simboliza la íntegra fidelidad a los llamamientos a la conversión y penitencia, que aquellos días fueron lanzados por la Reina de los Cielos, y que habrían de llegar a los más alejados rincones de la Tierra.

Santa Bernardita. Infancia marcada por la Fe

Bernardette nació en un siglo de profundas transformaciones. Animada, por un lado, por la oleada de devoción mariana que el pontificado del Beato Pío IX estaba suscitando, la segunda mitad del siglo XIX presenciaba el avance insolente del ateísmo y del materialismo.

Los espíritus estaban divididos y, a fin de actuar precisamente en esa encrucijada de la Historia, María Santísima quiso servirse de la hija primogénita del matrimonio Soubirous.

¡Qué alejados, pues, de esta suerte de consideraciones, estaban François y Louise, el 7 de enero de 1844! Ese día les nacía su hija Bernardette en el Molino Bolli, en las cercanías de Lourdes, durante los días felices de abundancia que ellos allí pasaron.

La niña fue bautizada, recibiendo el nombre de su madrina Bernarde, al que se sumó el de Nuestra Señora que se le habría de aparecer. Marie- Bernarde, es como se llamaba Bernardette, que no escapó al diminutivo cariñoso que le acompañaría por el resto de su vida.

Santa Bernardita
Santa Bernadette Soubirous
La imagen de arriba y abajo

En el Molino Bolli transcurrió su primera infancia, marcada por una religiosidad auténtica y sincera, además de la frecuencia a los sacramentos, la oración en conjunto a los pies del crucifijo era una eximia práctica de los principios cristianos a la que correspondían como un deber moral el matrimonio de campesinos. Bernardette creció, por así decir, respirando la santa fe católica del mismo modo que respiraba el aire puro de la montañosa región de los Pirineos.

La miseria visitó el hogar de los Soubirous.

La época era difícil y los negocios de François Soubirous iban mal. A los ocho años de edad Bernardette se trasladadó a un molino más sencillo, y al cabo de tres años alquilaron una cabaña al lado del camino. Ya crecida, ella acompañaba las progresivas desgracias de los padres y enfrentaba, con admirable resignación, la situación de indigencia a la que se vieron reducidos en 1856, hasta el punto de tener que mudarse hasta la antigua cárcel de Petits- Fósees: un cubículo húmedo y pestilente que las autoridades habían juzgado inadecuado hasta para los presos.

La pobreza allí era completa. El habitáculo medía menos de cinco por cuatro metros y la familia no poseía absolutamente nada excepto el mobiliario más indispensable y las ropas. La luz del sol nunca penetraba en el lugar, marcado por la reja de la ventana y por el cerrojo de la pesada puerta -reminiscências del antiguo calabozo. Allí vivían los padres y los cuatro hijos, constantemente atormentados por el hambre.

bernardita

Cuando conseguían comprar pan, la madre lo dividía entre los pequeños, que aún así se sentían insatisfechos. Bernardette, no pocas veces, se privaba de su pequeña parte a favor de los más jóvenes, sin nunca demostrar el menor desacuerdo por eso. Por la noche, sin conseguir dormir, atormentada por el asma, Bernardette lloraba. La causa principal de aquél desahogo, sin embargo, no era la enfermedad o las duras privaciones materiales.

El único deseo de la angelical niña era hacer la primera comunión, pero la necesidad de cuidar de los hermanos y de la casa le impedía frecuentar el catecismo, aprender a leer y a escribir y hasta hablar el francés. De hecho, cuando la Santísima Virgen le dirigió la palabra, lo hizo en patois, el dialecto de la región de Lourdes.

Si Bernardette deseó algo para sí misma, en los días de su infancia, fue únicamente recibir el Santísimo Sacramento, el Señor ofendido por los pecados de los hombres, que ella aprenderá tan pronto a consolar.

Días de pastoreo en Bartrès.

Las pocas veces que Bernardette frecuentó las aulas de catecismo en Lourdes fueron desaprovechadas, porque no conseguía acompañar al resto, más jóvenes y adelantadas que ella. Louise Soubirous estaba preocupaba por la hija, de 13 años, que todavía no había hecho la primera comunión, y resolvió pedir a su amiga, María Lagües, que la aceptase en Bartrès -aldea no muy distante de Lourdes- con el objetivo de que Bernardette allí pudiese frecuentar las aulas de catecismo.

Por consideración y amistad, María Lagües la recibió en su casa, pero no fue tan fiel a su promesa como sería de esperar -enseguida ocupó a Bernardette en los servicios de la casa y en el cuidado de los hijos. Y su marido encontró en ella su pastora ideal para su rebaño de corderos. Fue en ese periodo de pastoreo cuando Bernardette se solidificó en la oración, durante las largas horas transcurridas en el más completo silencio en medio del privilegiado panorama Pirenaico. Contemplativa, ella montaba un pequeño altar en honra de la Santísima Virgen y allí pasaba horas de gran fervor recitando el Rosario, la única oración que conocía.

Un hecho que le ocurrió a Bernardette en esta época demuestra la pureza cristalina de su corazón. Cierto día, cuando François Soubirous fue a visitar a su hija, la encontró triste y cabizbaja. Le preguntó qué era lo que le afligía. – Todos mis corderos tienen los costados verdes- respondió ella.

El padre, dándose cuenta de que se trataba de la marca hecha por un intermediario, hizo un comentario gracioso: – Ellos tienen los costados verdes porque comieron mucha hierba. – ¿Y pueden morir? -preguntó asustada Bernardette. – Tal vez… Apenada, comenzó a llorar en el mismo instante, entonces el padre le contó la verdad: – Vamos, no llores. Fue el intermediario que los marcó así.

Más tarde, cuando le llamaron boba por haber creído en semejante disparate, su respuesta constituyó una demostración involuntaria de su elevada virtud: – Yo nunca mentí; no podía suponer que aquello que mi padre me decía no era verdad. Los días pasaban lentamente en la pequeña aldea, y ya habían pasado siete meses desde la llegada de Bernardette.¡Cuánta esperanza de aproximarse a la mesa eucarística traía en la llegada, y qué decepción experimentaba, después de las pocas aulas de insignificante instrucción! Aquella espera interminable la afligía, pero, como todo en la vida del hombre, fue permitido por Nuestro Señor.

«Sufre los retrasos de Dios; dedícate a Dios, espera con paciencia, con el fin de que, en el último momento, tu vida se enriquezca» (Eclo 2, 3) Esas palabras, desconocidas para Bernardette, significaban exactamente como Dios procedió con respecto a ella. Al mismo tiempo en que la gracia inspiraba en su alma un ardiente deseo de las cosas elevadas, éstas parecían serle retiradas.

Con eso, su ansia se robustecía, y todo lo que era terrenal empezaba a ser poco a sus ojos, cada vez más aptos para comprender las realidades sobrenaturales. Como suele pasar con las almas que Dios prueba por medio de largas esperas, le estaban reservadas gracias mucho mayores.

Celestial sorpresa.

De vuelta a la casa paterna, Bernardette retomó los antiguos quehaceres.

En la mañana inolvidable del 11 de febrero de 1858, salió con la hermana Toinette y la amiga Jeanne Abadie para el bosque, con el fin de recoger leña para la chimenea y huesos que vender para comprar algún alimento. Anduvieron bastante hasta llegar a la gruta de Massabielle, donde Bernardette nunca había estado. En el momento en que las despiertas niñas atravesaban el agua helada del río Gave, Bernardette se preparaba para hacer lo mismo.

gruta lourdes
Gruta de las Apariciones

Ésta es la narración de Bernardette de lo que entonces sucedió: «Escuché un barullo, como si fuese un rumor. Entonces, volví la cabeza hacia la orilla del prado; vi que los árboles no se movían en absoluto. Seguí descalzándome. Volví a escuchar el mismo barullo. Levanté la cabeza, mirando hacia la gruta. Vi a una Señora toda de blanco, con el vestido blanco, un cinturón azul y una rosa amarilla en cada pie, del color de la cadena de su rosario: las cuentas del rosario eran blancas»

Era la Santísima Virgen que le sonreía y le llamaba para que se aproximara. Temerosa, Bernardette no se adelantó, sino que sacó su tercio y comenzó a rezar. Lo mismo hizo la «bella Señora», que aunque no moviese los labios la acompañaba con su propio rosario. Después, al terminar el Rosario, Ella desapareció.

La impresión que esa primera aparición produjo en Bernardette fue profunda. Sin reconocer en Ella a la Madre celeste, la niña se sentía irresistiblemente atraída por esa figura tan amable y admirable, en la cual no podía parar de pensar. Cuando una monja le preguntó, años más tarde, en la enfermería del convento, si la Señora era bella, ella respondió: – ¡Sí! ¡Tan bella que, cuando se ve una vez, se desea la muerte sólo para volver a verla!

Dieciocho encuentros en Massabielle.

Por más que Bernardette hubiese pedido que guardaran el secreto a sus dos compañeras, a las que contó lo que viera, ellas no se mantuvieron calladas en ningún momento.

Poco más tarde, eran decenas de personas las que comentaban en la vecindad el sobrenatural acontecimiento. Y era apenas El comienzo: la impresionante popularidad de las apariciones asumió proporciones tales, que el día 4 de marzo, estaban junto a Bernardette nada menos que 20.000 peregrinos.

Antes de cada visita de Nuestra Señora, Bernardette sentía un enorme deseo de ir a Massabielle. Fue lo que ocurrió los días 14 y 18 de febrero, cuando un presentimiento interior la condujo hasta la gruta. En la segunda aparición, la Virgen Santísima permaneció nuevamente en silencio; dijo apenas alguna palabra el día 18, como nos lo narra la obediente niña: «La Señora sólo me habló en la tercera vez. Me preguntó si quería ir allí durante 15 días. Le respondí que sí, después de pedir permiso a mis padres»

El santuario de Lourdes es uno de los mayores centros de peregrinación del mundo católico, acogiendo cerca de 6 millones de peregrinos todos los años

La quincena de apariciones, que se dio entre el 18 de febrero y el 4 de marzo, con excepción de los días 22 y 26, constituyó el gran foco de irradiación del mensaje confiado a Bernardette. Cada día se multiplicaba el número de asistentes que emprendían penosos viajes, atraídos por los celestiales coloquios. Aunque nadie más que Bernardette viese a la «Señora», todos sentían Su presencia y se conmovían con los éxtasis de la campesina.

– Ella no parecía de este mundo -dijo un testigo. Las palabras de Nuestra Señora no fueron muchas, aunque de expresivo significado. Dijo a Bernardette el mismo día 18: «No prometo hacerte feliz en este mundo, pero sí en el otro». Y otras veces: «Yo quiero que venga aquí mucha gente». «¡Pide a Dios por los pecadores! ¡Besa la tierra por los pecadores!». «¡Penitencia, penitencia, penitencia!». «Ve y di a los sacerdotes que construyan aqui una capilla. Quiero que todos vengan en procesión». Todavía durante la quincena, la Reina de los Cielos confió tres secretos y enseñó una oración a Bernardette, que ella recitó con insuperable fervor todos los días de su vida.

Después de un largo silencio con respecto a su identidad, la Señora reveló su nombre a Bernardette en la decimosexta aparición, el 25 de marzo de 1858: «Yo soy la Inmaculada Concepción». Era una solemne confirmación del dogma proclamado por el Beato Pío IX cuatro años antes; la pureza de doctrina sería coronada, de aquí en adelante, por la belleza de los milagros.

Transformada por Nuestra Señora.

Uno de los criterios de prudencia adoptados por la Santa Iglesia para verificar la autenticidad de las revelaciones como las que recibió Bernardette, es observar atentamente la conducta de los videntes. En ellos, se refleja invariablemente la veracidad y el tenor de lo que dicen ver: su testimonio personal es decisivo.

Los enfermos no tardaron en servirse de ella y las curas inexplicables se iniciaron el 1 de marzo. Enfermos desahuciados «por la razón y por la ciencia» veían sus males desaparecer en un instante, y los argumentos de innumerables corazones reticentes se transformaron en cánticos de fe.

Cuando Bernardette, más tarde, probó esta agua para sus penosas dolencias, no le fue eficaz. Le preguntaron, entonces: – Esa agua cura a otros enfermos: ¿Por qué no te cura a ti? – Tal vez la Santísima Virgen quiera que yo sufra- fue su respuesta.

Lourdes aguas

De hecho, su vocación era sufrir y expiar por la conversión de los pecadores. La fuente no era para ella. Esa hija predilecta de María comprendió con profundidad su singular llamada.

Todo cuanto habría de padecer física y moralmente de ahí en adelante -que no fue poco- ella deseaba unirlo a los méritos infinitos del Redentor crucificado, para que fuese pleno el efecto de las gracias derramadas en la gruta. Nunca un murmullo, una queja o un acto de impaciencia se desprendieron de sus resignados labios, acostumbrados al silencio y a la inmolación.

En el asilo de Nevers.

Después del ciclo de las apariciones, todos querían ver a Bernardette y tocarla. Le pedían bendiciones, le robaban reliquias… Hombres ilustres emprendían largos viajes para conocerla y altas figuras eclesiásticas no escondían su admiración delante de ella.

Pero, ¡cuánto le hacían sufrir por causa de eso! En su acrisolada humildad, Bernardette se sentía incómoda delante de tantas manifestaciones de deferencia. Su mayor deseo era ser olvidada, quería que sólo la Virgen Santísima fuese objeto de encanto y amor. En Lourdes, ella vivió todavía nueve años en el Asilo, administrado por las Hermanas de la Caridad y de la Instrucción Cristiana, de Nevers.

Ayudaba en la atención a los enfermos, en los servicios de la cocina, cuidando de los niños. A los 23 años partió hacia la Casa Madre de la Congregación, en Nevers, deseando ávidamente la vida de recogimiento y oración: – Vine aquí para esconderme -dijo.

Sus trece años de vida religiosa fueron acentuados por la práctica de todas las virtudes y, de modo especial, el desprendimiento de sí misma y el amor al sufrimiento. De ese período, pasó nueve años de ininterrumpidas enfermedades: el asma inclemente, un doloroso tumor en la rodilla, que evolucionó hasta una terrible infección de los huesos. El día 16 de abril de 1879, a los 35 años de edad, ella entregó su alma al Creador.

"Me encontraréis junto al peñasco"

Sus restos mortales incorruptos constituyen uno de los más bellos vestigios de la felicidad eterna que Dios haya otorgado a los pobres mortales en este Valle de Lágrimas.

Intacto, puro, angélico es el cuerpo de Bernardette, delante del cual el peregrino se siente atraído a pasar horas seguidas en oración, y levantarse con la dulce impresión de haber penetrado en la felicidad eterna de la que goza la vidente de Massabielle.

Bernardette
Cuerpo incorrupto de Santa Bernardette Soubirous - Nevers (Francia)

Allí están, cerrados, pero elocuentes, los ojos que otrora contemplaran a la Santísima Virgen, para enseñarnos que los únicos que son exaltados son los mansos y los humildes de corazón; para recordarnos que, para realizar Sus grandes obras, Dios no precisa de las fuerzas humanas, sino de la fidelidad a la voz de Su gracia.

Sabemos que la misión de Bernardette no terminó. La acción beneficiosa de su intercesión se hace sentir junto a la gruta, como ella misma predijo: «Me encontraréis junto al peñasco que tanto amo». Que ella nos obtenga, en este año de jubileo y acción de gracias, una confianza inquebrantable en el poder de Aquella que dijo: «Yo soy la Inmaculada Concepción».

Tamara Victório Penin

Comentarios

Artículos relacionados

Hna-Clare-Crockett

Hna. Clare Crockett «Seré una monja famosa»

Soñando con los escenarios de Hollywood, una…
Santo-Hermano-Miguel

San Miguel Febres Cordero

Santo ecuatoriano, gran modelo de virtud que…

San Blás – Bendición de la garganta

¿De dónde viene la costumbre particular, de…
San-Juan-Bosco

San Juan Bosco

San Juan Bosco es uno de los…
Santo-Tómás-de-Aquino

Santo Tomás de Aquino

El nombre de Santo Tomás de Aquino…
San-esteban-martir

San Esteban – Primer mártir

Destacándose entre las más arrebatadoras páginas de…
Si desea contactarse con nosotros, envíenos un mensaje.

Gracias por su reacción, recuerde suscribirse:

No hemos podido validar su suscripción.
Se ha realizado su suscripción.